Cuando el 17 de Julio de 1936 parte del ejército español se levanta contra el gobierno de la II República, Miguel de Unamuno apoya a los sublevados, pasando a formar parte del consistorio salmantino como concejal y siendo destituido de su puesto de Rector Vitalicio (honorífico) por el presidente de la República, Manuel Azaña.
El gobierno nacionalista de Burgos lo repone en su cargo de Rector. Sin embargo se acumulan las cartas de familiares de amigos y conocidos que han sido detenidos, pidiendo que interceda ante las autoridades nacionales para evitar sus fusilamientos.
El 12 de Octubre de 1936 durante la apertura del curso académico, que coincide con la 'Fiesta de la Raza' decretada por los nacionalistas, Unamuno improvisa un famoso discurso en el que sentencia "Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha."
Millán Astray, fundador de la Legión, se enfrenta a Unamuno, quien solo se salva por la intervención personal de la esposa de Francisco Franco, Carmen Polo, que lo saca de la Universidad.
Ese mismo día el ayuntamiento de Salamanca lo destituye como concejal, y diez días después Franco le aparta del cargo de Rector y lo confina en su domicilio bajo arresto domiciliario hasta su muerte el 31 de diciembre de 1936.
El vídeo extrae citas de Unamuno desde días antes del 12 de octubre hasta su muerte.
Podéis leer un trabajo de investigación sobre el tema en http://www.secc.es/media/docs/15_2_Je...
Paul Preston, en su muy recomendable y objetivo libro 'Las tres Españas del 36', traza un perfil del general legionario Millán-Astray como alguien inestable, dado a excesos tanto de violencia como de ternura, inestable por lo tanto y dado a alardes inesperados. Tal le sucedió el 12 de octubre de 1936 cuando dio pie a uno de los episodios más bochornosos y más heróicos, según se vea desde cada uno de los protagonistas, de las relaciones entre militares e intelectuales en nuestra última Guerra Civil. El marco fue el paraninfo de la Universidad de Salamanca, cuyo rector era Unamuno. La ocasión y la fecha, el 12 de octubre de 1936, Día de la Raza.
El rector Unamuno, al haberle sorprendido la guerra en zona nacional (usaremos los discutibles términos aceptados por el común), no mostró rebeldía contra los golpistas, tal como sí había hecho ante la dictadura de Primo de Rivera. Él, que había presidido manifestaciones del 1º de Mayo del brazo de Indalecio Prieto, tal vez veía la guerra como un intento desesperado y brutal de evitar mayores carnicerías, como «una lucha por la civilización contra la tiranía» como mantenía el 15 de septiembre de ese año, apenas un mes antes de lo que aquí se relata. Pero la tozuda realidad le fue demostrando que la civilización había desaparecido en los dos contendientes. Y por ello decidió romper su silencio, decantarse no por un bando, sino por algo superior: la inteligencia y la vida.
Perdurar en la memoria
El incidente entre Millán-Astray y Unamuno es digno de perdurar en la memoria para, sin tomar partido por ninguna facción, decantarnos por algo más trascendental. Seremos, pues, concisos e invisibles en las acotaciones y comentarios para dar lugar a los hechos y palabras tal como sucedieron.
En la ceremonia solemne de conmemoración de la fecha, ante un público en el que se incluían a la esposa de Franco y al obispo de Salamanca, Millán-Astray lanzó una violenta diatriba contra sus enemigos, cebándose con los catalanes y vascos a raíz de sus tendencias nacionalistas, a lo que siguió un grito del lema legionario «¿Viva la muerte!» y se coreó el «España Una, Grande y Libre» de rigor. Se alzaron brazos enfundados en camisas azules saludando el retrato de Franco que presidía el acto. Unamuno se mostraba incómodo ante aquella apoteosis fascista.
Se levantó y dijo: «Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir. Porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso -por llamarlo de algún modo- del general Millán-Astray que se encuentra entre nosotros. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao. El obispo, lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona. Pero ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito, 'Viva la muerte'. Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo como se multiplican los mutilados a su alrededor».
«¿Viva la muerte!»
Aludido y herido, Millán-Astray no pudo contenerse y comenzó a gritar «¿Abajo la inteligencia! ¿Viva la muerte!» coreado por algunos falangistas. Unamuno no pudo más y concluyó su alocución: «Este es el templo de la inteligencia. Y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho».
Dicho esto, pudo abandonar el recinto al tomarlo de su brazo Carmen Polo mientras arreciaba la ira de los asistentes. A partir de este momento, Unamuno languideció encerrado en su casa, mientras una guardia de falangistas servía a la vez para garantizar ataques contra el rector como para disuadirle de salir de ese arresto domiciliario. El 31 de diciembre moría en esas circunstancias. Aquel escritor indómito y bajo arresto domiciliario volvía a ser lo que siempre deseó: un hombre libre.
''Acabo de ouvir o grito necrófilo de “Viva a morte!”. Isto soa-me a “Morra a vida!”. E eu, que passei toda a vida criando paradoxos que provocaram a irritação de quem não os compreendia, tenho que vos dizer, com autoridade na matéria, que este ridículo paradoxo me repugna. Se foi proclamada em homenagem ao último orador, entendo que foi dirigida a ele, se bem que de uma forma excessiva e tortuosa, como testemunho de que o mesmo é um símbolo da morte. E outra coisa! O General Millán Astray é um inválido. Não é preciso dizê-lo num tom mais baixo. É um inválido da guerra. Também o foi Cervantes. Mas os extremos não servem como regra. Desgraçadamente há hoje em dia na Espanha demasiados inválidos. E mais haverá se Deus não nos ajuda. Magoa-me pensar que o General Millán Astray possa ditar as normas de psicologia das massas. Um inválido que careça da grandeza espiritual de Cervantes, que era um homem, não um super-homem, viril e completo, apesar das suas mutilações, um inválido, como disse, que careça dessa superioridade de espírito, só se sente aliviado com o aumento do número de mutilados em seu redor (…) O General Millán Astray queria criar uma Espanha nova, uma criação negativa sem dúvida, segundo a sua própria imagem. E por ele desejaria uma Espanha mutilada…”
«Os insultos a bascos e catalães, não têm sentido...Eu próprio sou basco e o bispo é catalão...»
“Este é o templo da inteligência! E eu sou o seu sumo-sacerdote! Vós estais a profanar o meu recinto sagrado. Eu sempre fui, diga o que diga o provérbio, um profeta no meu próprio país: Vencerão, mas não convencerão, porque convencer significa persuadir, e para persuadir necessitam algo que vos falta: razão e direito na luta. Parece-me inútil pedir-vos que pensem em Espanha”.
(Como nota de interesse é de notar que Unamuno sempre foi conotado com uma atitude conservadora, contariamente a Ortega Y Gasset, que teve de se refugiar no Portugal do Estado Novo)
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